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Por: Mark AGI
Tras haber participado admirablemente, en la década de 1780, en los primeros pasos de la democracia norteamericana y tras haberse convertido, en 1783, en uno de los insignes generales de la Revolución francesa -su nombre aparece grabado en el Arco del Triunfo de la Estrella en París-, ¿cómo no iba a soñar Francisco de Miranda con erigirse en el liberador de su propia patria?. Esto es precisamente lo que intentará ya después de haber cumplido los 60 años; pero tras 40 años de exilio existe cierto desfase entre sus ideas y proyectos y la realidad del país que él intenta emancipar.
Tan sólo días después de haber aceptado ponerse al servicio de la Francia amenazada, Francisco de Miranda dirige una carta con fecha de 30 de agosto de 1792 al Conde Woronzoff, a la sazón Embajador de Catalina II en Londres, de la que merece la pena destacar lo siguiente: "Héme aquí convertido en General del Ejército francés de la libertad y a punto de partir al mando de una división en la frontera. El que yo me haya unido a los defensores de la libertad no debe sorprenderos, pues ya sabéis que es ésta mi divinidad favorita y que me he puesto a su disposición bastante antes de que Francia pensara en ello... Pero lo que me ha inducido a ello aún con más fuerza es la esperanza de ser un día de utilidad a mi pobre patria, a la que no puedo abandonar."
Sin embargo, tendrá que esperar hasta el 31 de diciembre de 1810 y a la edad de 60 años para poder, tras cuarenta años de exilio y dos tentativas frustradas de desembarco, volver a su país y ponerse físicamente a su servicio. Pero no dudemos en admitirlo: probablemente fuera en este preciso instante cuando estuviera en posesión de su mayor audacia militar, del conocimiento más exacto del arte de la guerra, de una gran experiencia política y, al mismo tiempo, de la fama internacional más impactante de todos los latinoamericanos conocidos en aquélla época. Están además sus dossiers, todos los planes de gobierno y todos los proyectos de ley necesarios para el establecimiento de la independencia y la democracia en la América española. Bastaría con que en ese momento le fueran conferidos la confianza y el poder necesarios.
En su lugar, la falta de formación de las élites venezolanas, la falta de preparación política de la población, la preponderante influencia de la Iglesia católica que permanecía fiel a la legitimidad monárquica, la actitud egoísta de los pequeños terratenientes, la ceguera de los esclavos que se sublevan contra una república a punto de abolir la esclavitud, el terremoto sobrevenido, como a propósito, en el preciso momento en que la situación de los independentistas es crítica, la deserción de numerosos patriotas quienes, ante tanta adversidad, no comprenden ya dónde se encuentra su deber..., todo ello desemboca en una serie de obstáculos que terminarán siendo infranqueables. Desde entonces, Miranda parece envuelto en una especie de torbellino fatal que ineludiblemente le conducirá a la capitulación.
De este modo, el 31 de julio de 1812, al alba, apenas dos años después de la proclamación de la independencia, el joven Bolívar, su compañero, junto con algunos otros patriotas que se sienten traicionados por este trágico abandono, lo aprehenden y entregan a los españoles.